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TVempos Modernos

Philip's se queda sin hogar después de ser sustituida por una más joven, más alta y más delgada: una LCD de última generación.

Relato de la antología Cobardes Anónimos.

Duración: 8 minutos. Año 2012.

(Suena música del Padrino)

Fue después de que viesen aquel anuncio, que para más inri fui yo quien lo emití. Después de tantos años compartidos, tantas horas conectada sin descanso. Conocía los secretos de cada uno de sus componentes. Compartí sus momentos de soledad y sus alegrías. Yo vi nacer a las niñas y perecer a los abuelos. Tanta dedicación y ¿cómo me lo agradecieron? Me cambiaron por una más joven, más alta y más delgada: una LCD de última generación. Ni siquiera tuvieron la decencia de llevarme al Media Market. No. Me dejaron en el portal junto a una silla que cojeaba y una estantería desmontada. Pero yo no era como esos trastos, porque todavía no estaba acabada: ¡seguía funcionando!. Y me dejaron en plena acera, sin nada que me protegiese de posibles precipitaciones. ¡Y que sucio estaba el suelo!

Al cabo de un rato se acercaron unos jovenzuelos con ropa rota, trenzas en el pelo y un perro suelto. Se acercaron y nos inspeccionaron. Eran tan sucios que no estaba muy convencida de querer ser rescatada por ellos. Pero mejor eso que quedarme ahí abandonada sin nadie que me conectase. No tuve suerte. Aquellos desarropados agarraron los pedazos de estantería y aquella silla deformada y me dejaron ahí. Pero eso no fue lo más triste, porque antes de desaparecer, su perrucho me dejó un regalito en la pantalla. Mis transistores comenzaron a agitarse subiendo considerablemente mi temperatura. Pero antes de que pudiese estallar, paró un camión del que salió un chico que me agarró y me lanzó dentro con ningún tipo de consideración. Y del golpe me desmayé.

Desperté en un mercadillo inmenso de cacharros. Aquello, más que una residencia de objetos ancianos parecía un orfanato y de los de posguerra. O por lo menos de los que aparecen en las películas. Nada de enfermeras ni habitaciones particulares. No. Ahí estábamos todos amontonados y desamparados. Me colocaron encima de una mesita de cristal, supongo que transparente, porque la capa de polvo la hacía ser más bien translúcida. Estaba todo tan sucio. Yo no estaba acostumbrada a aquello. Consuelo siempre me quitaba el polvo y una vez por semana me cambiaba el pañito que decoraba mi parte superior. Empecé a toser por la alergia que me producían las motas de polvo hasta que de repente alguien colocó un viejo VHS delante mío. Cuando lo vi, mis transistores comenzaron a acelerarse subiendo otra vez mi temperatura: era la viva imagen de mi Panasonic. De repente comencé a tener sensaciones que ya había olvidado. Fueron muchos años compartidos con él, hasta que un día simplemente se apagó. Nunca estuve con ningún otro. Fue el primero y el último. Tosí de nuevo cuando de repente el VHS me dijo:

― ¿Eres nueva por aquí preciosa?

¡Pero que confianzas se estaba tomando! Le contesté:

― Sí ¿y usted?

Sin tan siquiera contestarme comenzó a mover su cable en dirección a una de mis entradas. Y no se que me sorprendió más, si el echo de que pudiese mover él solo el cable o su atrevimiento en la primera toma de contacto...

― Escuche, yo no soy de esas que en el primer encuentro...

Antes de que hubiese acabado la frase, se dejó caer para acercarse a otra aún más vieja que yo. Intercambiaron algunas palabras y después él le introdujo su cable por una de sus clavijas. ¡Que falta de glamour! Me dije. Para eso mejor me quedo sola.

Me quedé un tiempo sin hablar con nadie. Sólo observaba. Mi sección era la más ruidosa. Radios, televisores... no callaban ni por la noche. No había ni un momento de paz. Además sus conversaciones eran de lo más superficiales. Supongo que no daba tiempo suficiente para profundizar. Nadie estaba allí más de un día entero. Menos yo claro. Pasaban muchas personas, pero ninguna de ellas se fijaba en mi.

― Si no sonríes un poco nadie se va a fijar en ti.

Cuando levanté la mirada vi una radio llamada Sony. Me habló sobre la cantidad de casas en las que había estado, la cantidad de familias que había conocido y las aventuras que había vivido.

― ¿Y tu sabes mover tu cable?.

― Todo está en tu pensamiento, sólo tienes que desearlo.

Cuando ya me había acostumbrado a ella, vino un señor y se la llevó. Al principio me sentí triste, pero después hice caso de su consejo y comencé a sonreír imaginando cómo seria la familia que me adoptaría.

Fue una pareja. Cuando los vi mis transistores comenzaron a vibrar otra vez, dando a mi pantalla un brillo espectacular. Ella llevaba unas gafas de pasta y unos pantalones que cubrían su cintura. Y él un bigote como los de antes y una boina a cuadros a juego con su americana. Tuve un flash en el tiempo, parecían Consuelo y Julio el día que me compraron. Mi resplandor los sedujo. Y cuando entramos en el piso. Estaba decorado como antiguamente y también muy limpio. Entramos en el salón y él me dejó en una estantería. La verdad es que no era el mejor punto de vista pero pensé que igual tenían otras costumbres. Estaba tan emocionada esperando el momento en que me enchufaran. Pero en vez de eso apagaron las luces y se fueron al dormitorio. Pensé que estaban demasiado cansados y que igual al día siguiente veríamos juntos las noticias. Pero ni tan siquiera los vi. Tampoco al día siguiente ni al otro. Por fin aparecieron al cuarto día. Traían consigo un cuadro naranja con una mancha negra. Lo colgaron delante de mí, pero ni siquiera me miraron. Esa misma noche comencé a oír gente que entraba en la casa. Pensé que habrían invitado a sus amigos para ver algún programa. Pasaron mucho rato en otra habitación, podía oír sus risas. Después de un rato entraron en el salón. Mis transistores comenzaron a vibrar de emoción. Pero al llegar todos se colocaron frente al cuadro admirando su belleza y las emociones que les transmitía. ¡Que injusticia! Con la de historias que yo les podría contar y preferían observar una mancha insignificante en un fondo naranja. Yo ya no entendía nada. Sólo después de un rato se acercó a mi una de sus amigas y al verme dijo:

― ¡Que retro!

― Mola, lo compramos en los Encants el otro día.

¿Que quería decir eso? Nunca me habían catalogado así... Después de eso apagaron la luz y se fueron. En aquel momento me di cuenta de que me había convertido en un mero objeto de decoración. Casi era mejor la vida en el orfanato. Como mínimo ahí, aunque estuviese sucia, me distraía viendo pasar a la gente y los trastos. Pero ahí estaba condenada a observar esa mancha insulsa. Estaba tan triste... hasta que me acorde de Sony y su consejo.

Me concentré. Pero nada se movía. Lo intenté de nuevo pensando en la de aventuras que podría vivir lejos de aquel cementerio presidido por el manchurrón. Las turbinas comenzaron a palpitar generando así una energía. De repente mi cable comenzó a moverse. Me agarré a la lampara del techo y después me dejé deslizar hasta el suelo. Me arrastré hasta la puerta y salí.

Jamás me había sentido así. Ahora ya no necesitaba a nadie que me enchufase. Yo lo podía hacer. Nunca volví al mercado.

Ahora hago visitas esporádicas a hogares, que siempre son más limpios. Siempre entro en las casas de noche, cuando no hay adultos a la vista. Sólo con abuelos o niños. Ellos son más abiertos. Sobretodo los niños. No se asustan al verme entrar. Más bien me convierto en un gran regalo porque a ciertas horas los padres ya no les dejan ver la televisión. También me dejo caer por alguna residencia de ancianos. Tendríais que ver la cara que se les queda, sobretodo a las enfermeras cuando algún anciano les cuenta como he entrado ahí. Estoy unos días hasta que me canso y me voy.

 

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